Sentí tu energía y no dudé en responderte que sí,
para mi sorpresa me dijiste que si podías bailarme,
que tenías esperando un rato a que yo te sacara a bailar.
Te colocaste enfrente de mí y comenzaste a bailarme,
me preguntaste mi nombre y te lo dije;
grosero de mi parte no preguntarte el tuyo.
Me pediste permiso para tocar mis piernas y te lo di.
Me sentí tan persona fatale.
Preguntaste mi edad y te devolví la respuesta con una pregunta: ¿De cuántos me veo?
Me quitaste 4 años, seguías bailándome y yo, claramente, seguía tu ritmo,
sonreía con mis 4 años menos;
te dije mi edad; te sorprendiste, porque al parecer tenemos las mismas vueltas al sol.
No sé cuánto tiempo me bailaste ni te bailé,
me dijiste que te gustó como bailaba, que qué bueno que era legal;
querías seguir bailando pero de tus labios emanaron:
voy a hidratarme para poder seguir bailando.
Te dejé ir y fui corriendo en shock hacia mi amigo el electrodoméstico – que en esta ocasión no presentaba signos de electrodomesticación – y le conté lo sucedido, nos reímos y bailamos.
Te veía a lo lejos; me mirabas...
Mis amigues y yo ya teníamos que irnos e hice algo que nunca había hecho:
arranqué un pedazo de papel de la libreta donde escribo estas líneas,
anoté mi usuario de IG, lo doblé y te lo entregué.
Al recibirlo me preguntaste si era un mensaje de amor.
“Sí”, te respondí medio riéndome.
Quizá, debí anotar mi número...
Quizá, debí preguntar tu nombre.
Ojalá tengas IG y me encuentres.
Ojalá no hayas perdido el papelito.
Espero haya escrito legiblemente mi usuario.
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